Al llegar aquí al principio me movía en el coche de San Fernando, un ratito a pie y otro andando. Quería conocer la ciudad y aprender a orientarme. Caminé muchas, muchas cuadras antes de ubicarme y saber donde estaban las calles. Cuanta suela habré dejado en las aceras. Me decían que me moviera en autobús, pero prefería conocer un poco antes de hacerlo. Cuando me subí por fin a uno, no recuerdo la línea pero si que fue de Belgrano a Palermo, pude ver como eran esos bichos que recorren la ciudad por dentro. Para empezar cada línea es independiente de otra, cada una es una empresa distinta y sus autobuses están pintados de una manera para reconocerlos. En la mayoría de los casos los vehículos tienen ya sus años a cuestas. Cacharros que pueden tener fácilmente 20 años y que se nota que el tiempo si ha pasado por ellos, máquinas de contaminar soltando humo negro y mucho ruido, óxido y agujeros. Algunos silbando su suspensión. Tecnología que no entiende de comodidad hacia el pasajero y que cuando tienes que subirte el primer escalón te queda a una altura considerable. Pasas al lado del conductor y le cantas el importe que quieres pagar, normalmente 80 centavos, y depositas el dinero en la máquina que te dará tu billete. Algunas veces estas máquinas deciden tomarse un pequeño descanso y no te dan el billete hasta que el conductor desde su puesto con un panel dándole a un botón la reinicia.
Con el papelito en la mano te adentras en la panza del bicho, asientos que hace mucho tiempo eran modernos con tapizado en símil piel y ergonomía cero. En alguna línea (118) todavía queda algún autobús que conserva las cortinas en las ventanas, que junto a todos los espejos, flecos, luces y decoración varia que le pone el conductor lo hacen bastante pintoresco. Por fuera también algunos tienen la decoración con fileteado como según me cuentan se decoraban antes. Olvídate del aire acondicionado en verano y de la calefacción en invierno, todo supeditado a la apertura o no de las ventanas. Todo es cuestión de ir atrás en invierno, al lado del motor y delante en verano. El conductor, ese ser olvidado que maneja el autobús cual camión de ganado, de carril en carril como si la calle fuera suya y todo el mundo debiera apartarse a su paso. Parece como si les gustase el marear a la gente que va dentro saliendo de la parada y yendo al carril más alejado para cuando alguien toca el timbre, a 20 metros de la parada, dar un volantazo para llegar a destino con un buen frenazo. Ahora toca bajarse y como las puertas se abren 50 metros antes de la parada lo puedes hacer en plan Rambo lanzándote del autobús, o esperar a que se pare y lanzarte igual por que el conductor arranca antes de que te hayas bajado.
Es toda experiencia que puede resultar divertida en ciertos momentos en que no ves peligrar tu vida. Cuando estuvo aquí de vacaciones un amigo inglés cogimos el 130 previo aviso de que íbamos de turismo aventura, al bajarse creo que entendí que decía que realmente era toda una aventura.
Hay que decir que no todos los autobuses tienen historia de sobra que contar, hay líneas que la mayoría de su flota son vehículos bastante modernos, pero los conductores si son los mismos.
Agárrate fuerte que arranca.
5 de febrero de 2007
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